Tuvo mérito el final de temporada que nos propusieron en ‘Once upon a time’ a final del curso pasado. Sobre todo porque la ficción decidió subir un peldaño y sentar las bases que le permitirían eliminar algunos de los defectos que encontramos a lo largo del año. Ahora, con el inicio de la nueva temporada, la serie de la ABC ha vuelto a la parrilla estadounidense para continuar su historia donde la dejó, reagrupando los elementos de los que dependerá este nuevo ciclo y mostrando que el universo que envuelve a ‘Once upon a time‘ es más grande del que podríamos pensar en un principio.
La llegada de la magia a Storybrooke ha supuesto un revulsivo que ha hecho tambalear toda la ficción, dando lugar a nuevas reglas y roles que tendremos que descubrir y asimilar con el paso de los episodios. Pero, a priori, parece que las pequeñas dosis de magia que se van dando en el pueblo y, sobre todo, la recuperación de la memoria de sus habitantes, sientan las bases de eso que necesitaba el mundo real para que atrapara a los espectadores con la misma fuerza que lo hacía el mundo de cuento en la primera temporada.
Aún así, no logro observar que la historia centrada en el pueblo llegue a arrancar del todo, quedándose estancanda en los enfrentamientos que aún se dan por la custodia de Henry (esta vez entre su encantador abuelo y una descafeinada Regina) y por esa nueva y borrosa puesta en escena en la que los habitantes de Storybrooke deben hacer frente a sus vidas asimilando sus dos identidades, la real y la de fantasía. No termino de ver clara esta propuesta y a veces consigue que como espectador me aleje ante lo que estoy observando, motivado por la misma confusión que parece dominar a los vecinos de Storybrooke ante las consecuencias de la maldición.
Parece que los guionistas deberán trabajar aún más en este terreno si quieren superar los efectos secundarios de la contramaldición que ellos mismos conjuraron a final de la primera temporada de ‘Once upon a time’, ya que la ficción aún cojea en la historia centrada en el mundo real, pese a que ahora cuenta con buenos ingredientes para que despegue como merece.
Todo lo contrario sucede con el mundo mágico, ahora dividido entre los flashbacks de los protagonistas y el presente donde han ido a parar Emma y Snow en el primer capítulo de la segunda temporada. Nada nuevo que añadir sobre los flashbacks que no se haya dicho ya en anteriores críticas, si acaso destacar esa leve mejoría que parece que han encontrado los cromas de la serie y que como espectador no puedo más que agradecer. Estos flashbacks fueron el gran atractivo con el que contaba la ficción en su inicio, narrando unas particulares versiones de los clásicos de cuentos infantiles que parece que continuarán en esta temporada.
Recojo como un nuevo acierto la estancia de Snow y Emma en el universo mágico. Que algunos personajes hayan permanecido en lo que aún queda de ese mundo otorga la posibilidad de explotar un buen número de historias y personajes sin que su presencia en Storybrooke llegue a saturar. Aunque, una vez más, la ficción corre el riesgo de que la balanza de los mundos se incline hacia el lado mágico. La presencia de Cora también me entusiasma, ya que a ‘Once upon a time’ le hace falta con urgencia una malvada reina de antagonista, papel que Regina nunca ha podido desempeñar con todo su potencial debido al efecto que produce en ella la presencia de Henry.
Las noticias que van llegando sobre el futuro de la serie convierten el regreso de ‘Once upon a time’ en un plato cada vez más jugoso. Al parecer la ficción incluirá a nuevos personajes, como el anunciado capitán Garfio, un hecho que ampliará la numerosa familia que hasta ahora hemos conocido. También queda por saber quién es ese personaje misterioso que aparecía al inicio de la segunda temporada y los planes que tiene el Rey George en Storybrooke una vez que se ha roto la maldición. Muchos interrogantes que serán explotados en próximos episodios, por lo que lo único que nos queda es sentarnos y disfrutar del cuento que nos narran como si fuéramos mocosos a punto de cerrar los ojos tras el final de un largo día.