jueves, 7 de agosto de 2008

Cocina para lerdos

Los programas de cocina me fascinan. Porque soy de buen comer y estoy a dieta la mitad de mi vida. Contado así parece masoquismo pero no, por alguna razón cuando veo a alguien cocinando todos esos platos maravillosos, yo imagino que una vez estén preparados me los podré comer.

Me gustan los programas de cocina, pero sin embargo odio a la mitad de los cocineros. No entiendo por qué nos tratan a todos como gilipollas. ¿Cómo pueden contarnos a estas alturas cómo se corta una cebolla en juliana? No pueden hablarle al español medio como si fuera un paleto. ¿Y por qué no tienen la cebolla cortada de antes? ¿Por qué tengo que ver cómo un tío pela un calabacín?

Hay una en el Canal Cocina a la que detesto incluso más que a Manu Carreño. Me saca tanto de quicio, que por su culpa dejé de ver el canal. Es una mujer que ha decidido que toda su audiencia mientras ella habla, tiene una libretita en la mano para apuntar lo que dice, así que en vez de hablar, dicta. Insufrible.


¿Y el Buster Keaton? ¿A qué viene? ¿No les da asco ver a este tipo todo maquillado batir los huevos? No puedo con él.

Julio Bienert, es otro que también... tela. Tiene un programa llamado 22 minutos, que consiste en que en ese tiempo tiene que preparar dos platos y un postre. No se puede pasar de tiempo y siempre elige platos fáciles y rápidos. Cuando un cocinero elige algo fácil y rápido que consiste básicamente en saltear en sartén, el problema es que se pasa 10 minutos cortando verduras y otros diez contando estupideces mientras se hace el sofrito. No soporto a los cocineros que hablan de chorradas, que dejen de hacerlo por Dios.



El peor para mí es el de La sexta, Bruno Oteiza, un tipo que cree que está hablando para tarados, que alguno habrá, pero disimula joder.


Y ojo, no hablo de que se pasen el programa contando chistes y hablando de chorradas, es decir, no hablo de Arguiñano, hablo de gente que hace programas de cocina para NIÑOS.

Con un panorama como éste no me extraña que los participantes de Ven a cenar conmigo sean tan nefastos. Al principio me enganché al programa por curiosidad, quería saber quién ganaba. Ahora es una cuestión de autoestima. Ver lo mal que cocinan los demás, lo mal que ponen la mesa, lo poco que entienden de protocolo hace que yo me sienta la mejor anfitriona del mundo.

Ven a cenar conmigo es un reality de Antena3 que renueva a sus concursantes cada semana, de forma que cada lunes uno puede engancharse al programa como si fuera el primer día. El programa a nivel producción es modélico, ya que no hay plató, se rueda en las casas de los propios concursantes y además el premio es anecdótico, son solo 3000 euros. A nivel contenidos es cojonudo. Cualquiera de nosotros hacemos un show cuando invitamos a gente a cenar, imaginen cómo sería con una cámara grabando.

Todos los anfitriones fallan en lo mismo. No recogen el bolso de sus invitados, algunos los hacen sentarse directamente en la mesa. No ponen agua. Muchas veces hay servilletas de papel. Se les olvida el pan. Hacen cenas de bodas, así que se tienen que pegar media cena en la cocina metiendo solomillos en la sartén. Pero lo peor de todo y lo que me tiene a mí más indignada, es el asunto de los postres. Buena culpa de eso la tiene Eva Arguiñano que nos enseñó que para cocinar, con una lámina de hojaldre es suficiente. A ver... señores, escúchenme bien, los postres se hacen con esmero, con harina, huevos, azúcar, hay que batir y batir, y si no, compren pasteles de verdad y déjense de inventar estupideces. Los postres sencillos no funcionan. Son antinaturales, un postre tiene que ser complicado o es una mierda.

En Ven a cenar conmigo han hecho un postre con sobaos de supermercado. Han hecho helado frito con pan de molde. Crepes con sirope de chocolate comprado!!! Dios, no, no me pongan caras de ¿ésta de qué habla? Es que no se puede invitar a cenar a gente y no hacer un postre digno. No me sean cutres, un horno mínimo, una crema pastelera como poco. Nada de piña con helado de coco, hombre no, eso no.

Todo eso es tremendo, pero hay algo aún más grave y es lo mal que come la gente, lo reacios que son a probar nuevas recetas y a experimentar. Adoro la cocina española, pero lo que me da verdadero pánico es que las nuevas generaciones no aprendan nada de sus padres y de sus abuelos.

Por cierto Impares es cojonuda, hay momentos flojitos pero me descojono cuando aciertan. La loca (María Ballesteros) es fantástica.