sábado, 9 de agosto de 2008

Weeds: cuarta temporada

Cuando terminó la tercera de Weeds todos supimos que lo siguiente sería distinto. Nancy se fue de Agrestic dejando calcinados los errores de su pasado, la pregunta era ¿Dónde? y la más importante ¿Y Ahora qué?

El primer capítulo de la cuarta deja las cosas claras. Nancy podrá cambiar de lugar pero no de vida. Y no porque su destino la persiga y estupideces similares. No. Nancy seguirá vendiendo droga porque sabe cómo hacerlo, pero sobre todo porque le va la marcha.

El lugar en principio era lo de menos y las posibilidades infinitas, pero la decisión fue brillante. En vez de huir hacia adelante Nancy apostará por la regresión. Se irá a la casa donde nació Judah, su difunto marido. Allí vive su suegro, que la detesta y la madre de éste que es un vegetal, pero no cualquier vegetal, un vegetal judío que con su último aliento solo atina a pedir que la maten. Lo más gracioso de todo esto, es que en el capítulo 8 allí conviven todos, desde Doug hasta -gracias a Dios- Celia Hodes (¿Es posible que Elisabeth Perkins lo haga cada vez mejor? Y lo más importante ¿Es posible que cada temporada lo haga en un registro completamente nuevo?)



Tuvimos 3 temporadas enteras para ver el cambio sutil de Nancy. Esa mujer que cruza la frontera mejicana cargada de hierba no es la misma que en el piloto lloraba la muerte de su marido. Sin embargo, la serie no ha perdido ni un ápice de su naturaleza. Aunque sí que hay un ligero cambio, si antes la serie iba sobre la trastienda de una sociedad perfecta, ahora se trata de la trastienda de todo un país. Hay todo un mundo escondido -literalmente- debajo del suelo, y lo que vemos todos los días es solo parte de lo real. Y sí, Weeds habla de todo aquello que escondemos, pero sobre todo de la imperfección. Shane Botwin es la clave y su escena final del capítulo 7, una de las escenas más tremendas que yo recuerdo de la serie, lo explica todo. Nada es como debería, ni hay familias perfectas, ni hogares perfectos, ni matrimonios ideales, ni madres modelo. Cada uno vive como puede. Y estos viven en el límite de lo lógico. Porque nada hay más placentero que el inconformismo, sobre todo cuando lo que está en juego es la felicidad.