viernes, 15 de agosto de 2008

Frapuccinos y olimpiadas

Estoy leyendo un libro estupendo llamado "Las trampas del deseo", de Dan Ariely, un escritor israelí afincado en Boston que ha decidido mostrarnos a todos qué se esconde detrás de las decisiones que tomamos a la hora de consumir. En casi todos los libros de economía se habla de la oferta y la demanda como fuerzas que equilibran los precios y se da por sentado que las decisiones son racionales. Lo que hace Dan Ariely es darle una vuelta a la teoría económica probando que la predisposición a pagar de los consumidores es totalmente manipulable. Así que la demanda como tal está también influenciada por la oferta. Todos esos chollos de lleve 3 pague 2, compre un champú y le regalamos el acondicionador, no son tales y no hay nada de inteligente en las compras que hacemos (excepto las que hace mi suegra, que esa sí que medita bien).

Hay algo que me dejó totalmente rayada. Resulta que una empresa americana quería vender una máquina para hacer pan y no la vendía ni de casualidad. El público no entendía cómo funcionaba aquello, además, el pan es tan barato ¿por qué iban a hacerlo en casa? Así que a alguien se le ocurrió que la empresa sacara al mercado otro producto, una super máquina de hacer pan mucho más complicada y más cara que la primera, de forma que la que ellos querían vender fuera la segunda opción, algo más barato y más fácil. Pues se vendieron como churros, y no la grande, sino la que ellos querían vender desde el principio. Esto se llama señuelo y a uno se le queda cara de idiota al enterarse, pero lo peor es la cara se te queda cuando tú misma has caído pocos meses antes en algo muy parecido. Hace dos meses decidí comprarme un ordenador. Resulta que las opciones eran cuatro:

Imac de 20 pulgadas a 2,4 gigas 999 €
Imac de 20 pulgadas a 2,66 gigas 1249 €
Imac de 24 pulgadas a 2,8 gigas 1.499 €
Imac de 24 pulgadas a 3,06 gigas 1.819 €

Yo quería comprarme el de 20¨ porque el precio me parecía estupendo, sin embargo mi hermano me insitió en que pasara a 24¨. Una vez decidida a pasar al siguiente nivel pensé, bueno, ya que me compro el de 24 ¿por qué no apostar por el mejor? total son sólo 300 euros más. Pero mi hermano que pensó que estaba tomando la decisión más inteligente insistió en que era una tontería. Que sólo se trataba de un giga más, y que no valía la pena. Según sus palabras la compra inteligente era la del segundo más caro, O sea el de 1499€. Y joder si lo era, el cuarto era el puto señuelo. Ni siquiera estaba a la venta. Cuando le pregunté al chico de El corte inglés por el más caro, me dijo que era bajo pedido, que no había en stock. Es decir que lo que Apple quería vender desde el principio era el que yo compré, y yo pensaba que estaba siendo más lista que ellos, pero no. Manipularon mi decisión.

El libro le dedica un capítulo completo al Starbucks y aquí quería yo llegar, porque aunque esto no es nada televisivo debo decir que este tema me está volviendo loca desde hace varias semanas. Cuando un ser humano decide empezar a tomar cafés de 4 euros algo en su cabeza no va bien.


Según el autor del libro, el dueño del Starbucks apostó por la diferencia. Uno no solo entrará allí a pedir café con leche, ahora podrá pedir cosas distintas y con nombres raros. Machiatto, latte, mocca frapuccino... nombres que hay que pronunciar al menos una vez en la vida para sentirse completo (Yo no lo estaré hasta que pueda pronunciar un Orange mocca frapuccino, si es que no es una leyenda y aquello realmente existe).

Cuando uno toma la decisión de pagar 4€ por un café, ese precio es el ancla y a partir de esa decisión ya no hay vuelta atrás. Cuando pasemos por delante de un Starbucks esos 4 € que tenemos en el bolsillo serán para ese café y no para el medio kilo de ternera con el que pueden comer nuestros hijos. Cuando uno toma esa decisión es para siempre. Y da por sentado que ese café vale cada céntimo.

Si Dan Ariely viniera a España tendría que escribir otro libro. Les cuento. Resulta que el Starbucks funciona así, tú le pides a un cajero super simpático un café. Abro aquí un paréntesis, una de las razones por las que yo compro en Starbucks, es por la simpatía de la gente que trabaja allí. Estoy acostumbrada a ver gente tan simpática en Londres por ejemplo, pero en Madrid es casi imposible (solo hay que prestar un poco de atención a las dependientas de El Corte Inglés para darse cuenta del verdadero significado del término antipatía). Sin embargo en el Starbucks esto está a la orden del día, te dan los buenos días al entrar, te dicen que tenga usted una buena tarde al darte tu café, así que es un verdadero placer. Yo detesto la simpatía empalagosa, pero en este caso pago por ello. Seguro que esos chicos de 20 años cuando salen a la calle son mucho más bordes, pero la cadena les paga para que conmigo sean encantadores y yo cuando pago por mi café pago por ese trato. Bien, una vez aclarado esto les cuento el proceso. Cuando la cosa empezó era así, yo pedía un frapuccino de café light tamaño pequeño. El de la caja cogía el vaso, un vaso de plástico del tamaño que yo había pedido y apuntaba en el mismo vaso lo que yo quería. El vaso tiene varias casillas para apuntar si lo que se quiere es con cafeína o sin ella, con leche desnatada o normal, con sirope, nata o si es un café normal, con hielo o frapuccino. Una vez apuntado y cobrado, el camarero te preguntaba tu nombre, lo apuntaba en el vaso y le daba aquello lleno de garabatos al que preparaba el café. La cosa no tenía pérdida. Esa tarde te tomabas un frapuccino de café light tamaño pequeño. Y te ibas a casa tan feliz habiendo disfrutado de una exquisitez cara pero hipocalórica.

Ahora resulta que al menos en Madrid alguien ha decidido cambiar las tornas. La cosa es así. Yo ya me he aprendido el truco de los tamaños, que tócate los cojones:

tall: pequeño
grande: mediano
venti: grande

Así que imaginen los malentendidos que casualmente siempre les convienen a ellos.

Bueno, pues yo que esto me lo sé, ahora pido según sus términos.

- Frapuccino de café light tall, gracias.

Parece fácil pero no lo es para nada. Porque ahora resulta que no apuntan. Ahora hablan. Y el que prepara el café hace lo que se acuerda. Pero el problema viene cuando pides dos cosas.

-Frapuccino de café light tall y mocca frapuccino grande sin nata, gracias.

No hay ser humano capaz de acordarse de eso. Y efectivamente, esa información le llega distorsionada al encargado de preparar el café y los resultados nunca son los deseados.

La verdad que tampoco tiene mucha importancia que a uno le pongan más o menos nata en su café pero que te jodan una dieta o que te provoquen insomnio una noche entera, cuando no te dan el descafeinado que pides, es una putada. Así que hace un mes que para mí ir al Starbucks es puro estrés. Siempre fallan y yo tengo que estar pendiente de todo lo que hace la persona que prepara el café y repetirle el pedido una y otra vez. En este mes, dos veces han tirado nuestro pedido y han vuelto a empezar.

Se preguntarán ¿por qué lo hago? ¿soy masoquista? Primero lo hago porque el frapuccino me encanta y segundo porque tengo esperanzas. No me puedo creer que en este país se hunda una franquicia como el Starbucks. No sé por qué han cambiado las reglas pero espero que todo vuelva a la normalidad. Que llegue un señor trajeado y que ponga las cosas en su sitio. Y ojo, no se trata de españoles, que hay de todo, hay argentinos, mejicanos, rusos, españoles, y todos hacen lo que les da la gana saltándose las reglas de la cadena. No sé qué pasa, pero estoy segura de que todo tiene que volver a la normalidad.


Tema olimpiadas:

Dios ¡Cómo están los nadadores yanquis! madre mía.